Scrolleando en Facebook. Una imagen que me resulta conocida, una frase en la imagen. Es una lanchita amarilla (pero naranja), no es cualquiera. Es la lancha "que Dios se lo pague" que fuera propiedad de mi abuelo y su familia durante muchos años. Alimentó a mi papá y sus hermanos en su infancia y juventud. Leo que va a desaparecer, será desguazada y su licencia pasará a otro barco que será langostinero. Una una fiebre. Nada cambia en el mundo de la pesca. Allá por fines de los '40, la fiebre del tiburón, que tanta prosperidad y éxito trajo al puerto marplatense. Hoy las fiebres llevan esa prosperidad a otra parte, y con ellas también se va la gente. Y un poco me entristece, porque es un ciclo que se cierra. Y un objeto-recuerdo que ya solo será recuerdo. Pero por siempre vigente, hoy y siempre, "que Dios se lo pague"
Paralizada. Así me dejaste cuando te fuiste, en realidad mucho antes. En el momento en que tu mirada se perdió, en el momento en que ya no te importó, yo empecé a sentir que algo de mi se iba, se iba con vos. Y se fue. Y no funciono bien sin eso. Más bien, no funciono, O sí. Puedo estudiar. Puedo mirar. Puedo hablar. Pero siento que no es nada. Y nada de lo que estudio, miro, digo, me trasciende. Todo queda ahí, en una superficie. En un intento por sobrevivir y priorizar, me congelé. Congelé mis emociones, y las racionalicé. Yo sabía que eso era una mentira, pero me la creí y me creyeron. Y ahora estoy ahí, descongelándome. Tengo miedo de deshacerme por completo, de deterrirme en recuerdos y esperanzas. En anhelos.